jueves, 8 de octubre de 2009

Anécdotas del pasado


Mi abuela me contó que:

Allá por los años 1940, con todas las miserias de entonces, había un señor en una pequeña aldea que era muy querido por parte de sus vecinos, eran conocidas sus habilidades para reparar los pocos utensilios que existían así como su simpatía y gracia.

El buen hombre era carpintero al mismo tiempo que cultivaba alguna parcela de tierra y mantenía unas gallinas.

En una ocasión fue solicitado para realizar un trabajo de carpintería en una aldea no muy próxima, al cual acudió acompañado de otro carpintero ayudante. La tarea consistía en la construcción de un suelo de madera en el primer piso de una vivienda, como por aquel entonces carecían de maquinaría todo el trabajo era manual, clavando tabla a tabla. Teniendo en cuenta esto y que tan solo dos personas eran las encargadas, el trabajo duraría varios días, y no podían regresar a su casa hasta haber acabado.

Con el fin de facilitar esta labor el carpintero en cuestión puso los clavos en un recipiente con aceite, ya que algunos de ellos estaban oxidados.

Tenía por costumbre tomar un puñado de clavos y guardarlos en el bolsillo del pantalón, de ese modo siempre los encontraba a su alcance. Así lo hizo y cual fue su sorpresa al ponerse en pie y descubrir que la parte delantera del pantalón se encontraba toda mojada de aceite, talmente como si se hubiese meado encima. Pues así tuvo que aguantar todas las risas y miradas de la gente durante los días que tardó en regresar a su casa.

En otra ocasión estaba alimentando sus gallinas cuando descubrió que una de ellas se dedicaba a atacar y picar a las demás. Se enfadó tanto que cogió un buen palo y golpeó a su gallina cayendo está al suelo. Entonces decidió que la iba aprovechar para una buena comida y empezó a arrancarle las plumas, estaba acabando de desplumarla cuando la gallina comenzó a cacarear desesperadamente y salió lanzada por el corral corriendo de un lado a otro con cuatro plumas en la cola y en la punta de las alas. Con esto también se ganó alguna que otra broma de sus vecinos.

Con mucho esfuerzo este buen hombre consiguió una bicicleta de segunda, tercera o cuarta mano, todo un artículo de lujo para aquellos tiempos. Decidió pasear con su nueva bicicleta por el centro del pueblo todo orgulloso, cuando de pronto se dio cuenta de que una pareja de la Guardia Civil le estaba mirando desde la puerta del cuartel. Se empezó a poner nervioso pero pensó – no estoy cometiendo ningún delito, por lo tanto no debe de preocuparme – aún así no podía dejar de mirar a los dos guardias pendiente de que pudiesen decirle algo, tanto miró para ellos que acabó empotrándose entre los dos y a punto estuvo de entrar directamente en el cuartel sin bajarse de su bicicleta.

1 comentario:

  1. Un texto muy bien redactado y con un tono de cuento tradicional. La tercera anécdota me parece estupenda.
    Un saludo, pequeña hada.

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